Según una descripción de esta frase en Internet tiempo perdido es:

El tiempo que transcurre sin hacer nada provechoso o sin obtener ningún adelanto en la cosa de que se trata.

Yo más bien diría, que el tiempo perdido es ese rato donde no ha habido la presencia de la consciencia, donde hemos estado arrastrados por la vorágine de nuestra vida actual, un automatismo en el que perdemos el suelo y la mente va fragmentada de un instante al otro.

Cuando la vida nos exige acción tenemos que estar muy atentos en todo lo que hacemos para ser efectivos, cuando la acción no es inminente debemos estar muy atentos para percibir el mundo interno y externo.

La velocidad es el combustible de la industrialización, y su mantra el tiempo es dinero. Las culturas preindustriales no se organizaban según el dinero. Los Hopi no tienen en su vocabulario nada que diferencie el pasado del futuro, secuencian un día como formado de momentos presentes, el moverse rápidamente existe sólo para emergencias.

La industrialización cambió totalmente la naturaleza del tiempo. En lugar de satisfacer simplemente las necesidades básicas (caza, agricultura, forrajeo, etc.), el trabajo fue masificado, organizado por turnos y pagados por hora, permitiendo a las industrias ser más productivas más rentables.

La productividad significaba hacer las cosas rápido.

La vida de los de los agricultores cambió drásticamente y sus tierras fueron abandonadas y se vieron obligados a irse a la ciudad a trabajar en fábricas y convertirse en mano de obra rutinaria. En la España medieval, los campesinos cultivaban sus tierras alrededor de 150 días al año y el tiempo de ocio representaba casi unos cinco meses al año.

Pasar de este ritmo relajado de vida trabajando al aire libre entre amigos y familiares, a fábricas peligrosas bajo presión constante para trabajar más rápida y duramente, supuso un extraordinariamente estrés.

Los organismos que no podían moverse rápidamente no podían seguir el ritmo de las demandas de la producción industrial. Los negocios se caracterizaron por el ajetreo, nuestros cuerpos se vieron obligados a adaptarse a este nuevo ritmo rápido, el cual se usaba hasta entonces solo para situaciones de emergencia.

No es de extrañar que ser lento se asoció con la pereza, y la poca capacidad y ser rápido con el éxito.
Las sociedades post-industriales interiorizaron la rapidez como forma normal de vida, nuestros cuerpos pasaron a someterse a largos período de sedentarismo, nuestras mentes se vieron obligadas a procesar una asombrosa cantidad de datos con los que son bombardeados casi constantemente.

Hacemos demasiado, y crecemos demasiado, nos estamos expandiendo fuera de control y utilizando recursos de una manera insostenible, para lo cual necesitaríamos 10 planetas más para satisfacer la voracidad de una sociedad que vive para producir y luego consumir.

La ralentización es imperativa no sólo tanto para nuestra salud mental, como la del planeta. Estamos rodeados de máquinas y cuando alguna se detiene sobreviene una tragedia, nuestra cotidianidad se ve trastocada y entramos en pánico.

Los ruidos rebozan nuestra vida junto con la velocidad. Nos hemos vueltos adictos a ellos y si faltan caemos en un estado de angustia y depresión. El progreso es un ritmo desesperado sin saber siquiera para qué. El progreso significa que las cosas no son buenas y que mejorar es el futuro. Progreso significa que tienes trabajo que hacer, significa que no puedes dejar de estar ocupado.

Hacer versus ser.

Hay que darse prisa no hay tiempo que perder.
¿Qué es perder el tiempo? ¿No será exactamente eso lo que estamos haciendo?.

Es imposible parar en una cultura que es perpetuamente exigente y necesita siempre más.
Los anuncios te recuerdan todo lo que necesitas a cada instante, que no tienes suficiente de nada, que si paras desaparecerás. En la década de 1970, estábamos expuestos a unos 500 anuncios al día. Hoy, ese número se ha disparado a 5.000. La pereza es un defecto, la codicia te estimula junto con la ira y la envidia.

Ser importante es estar ocupado, trabajar cada vez más, acumular, ahorrar, construir, mejorar tu calidad de vida que se resume a tener y hacer.

Si tienes casa, necesitas una mejor, si tiene coche necesitas otro o uno nuevo, tu cuerpo tiene que mejorar, si eres flaco debes robustecerte, si eres gordo tienes que adelgazar, si no tienes una tableta de abdominales eres un ser invisible. Hay que mejorar, es decir tener más y acercarte más a los patrones que te enseñan a diario en la publicidad, la tv, la gente feliz que tiene todo eso pero que aún necesitan seguir mejorando. Mejorar tu cuenta bancaria, tu piso, tus próximas vacaciones, tus pectorales, tus muslos, llevar lo último en moda.

El yoga no se ocupa de la perfección.

La perfección para el yoga significa que no queda nada por hacer. La perfección es aceptar las cosas como son. Eso no significa que las cosas han de mantenerse igual, pues todo cambia a cada instante.
Las cosas mejoran. Y las cosas empeoran.

Pero si estamos realmente presentes, en este momento, las cosas no pueden ser de cualquiera otra manera. La presencia es perfección, y es haciendo menos que podemos descansar en presencia.

El no hacer nada no es holgazanería ni gandulería, la práctica de hacer menos es parte de la práctica. Hacer menos en términos de desgaste energético y hacer más en términos de conservar energía. Inclusive para relajarse se necesita energía, e inclusive para relajarnos se requiere práctica, pues precisamente difícil para una sociedad en constante movimiento y rapidez, detenerse y dejar ir. Pareciera un sacrilegio descansar cuando hay tanto por hacer.

La tranquilidad es una necesidad vital, necesitamos ojos tranquilos para ver, oídos tranquilos para oír, mentes tranquilas para beneficiar el sueño, la memoria y oírnos a nosotros mismos.

Llevamos el deseo del más a nuestra práctica, velocidad en la ejecución, variedad de posturas, salir pronto de una e ir a otra, porque la ansiedad la tenemos codificada e interiorizada. La felicidad asociada a unos isquiotibiales más largos, a tocarnos los pies o a una torsión de fotografía es tan efímera como el nuevo par de zapatos, y solo nos deja más sedientos.

Corremos el peligro de encarar la práctica del yoga con el mismo patrón de angustia, de más, de mejor, de la comparación, de la rapidez, de la instantaneidad, del progreso, y terminar reforzando sólo la ideología de la velocidad.

Pero si encaramos el yoga con otra visión para que este nos ayude a salir de círculo vicioso de la angustia, de la necesidad, del ser siempre inapropiados e inacabados, podemos conseguir en él el bálsamo del cual estamos urgentemente necesitados. En un mundo como el nuestro, el yoga puede ser nuestra intervención.

Puede proporcionarnos un no hacer nada que sea el antídoto a nuestra hambre insaciable del más. El yoga puede servir para fortalecer y flexibilizar, pero también puede servir para relajar y descansar, para acercarnos a ese ser desconocido que somos y a ese fenómeno que llamamos vida pero que no sabemos realmente de que se trata.

No se trata de vegetar sino de buscar el espacio para la sanación y ésta requiere de la tranquilidad, y para eso no podemos darnos el lujo de tener prisa.

La perfección no está en el futuro, es ahora, solo hay que soltar y valorar el presente. Estar satisfechos en dónde nos encontramos, con lo que hay y lo que es, lo cual constituye uno de los niyamas del ashtanga yoga, Santosha, pero con el cuidado de no considerar a éste como consistente en desarrollar un estado mental de satisfacción y contento y poder así alcanzar la felicidad, pues esto sería volver a la necesidad de la adquisición, algo en el futuro, algo a lo que llegar. Llegar a un estado espiritual o psicológico es parte del mismo juego del hacer, ya somos lo que es.

Descubrir es un estado de atención, no un esfuerzo, cualquier esfuerzo marchita la belleza del instante presente. La paz es tranquilidad y ésta es cordura, visión y existencia.

Detente, no hagas nada, solo entregate al momento. Tómate tu tiempo.

Cuando se te ocurra, simplemente no hagas nada.
Haz una pausa y haz otra postura.
Haz una pausa y respira.
Haz una pausa entre las palabras.
Haz una pausa y existe.

Cualquier práctica de meditación nos revela rápidamente cómo la mente está siempre viajando del pasado al futuro, el presente es solo el punto desde donde proyectamos éstos, el lugar donde está el aburrimiento, el escapismo, la desesperación, la incertidumbre.

Frenar y empezar a movernos en cámara lenta, le proporciona seguridad a la mente y desde ahí podemos accesar rincones desconocidos en nosotros, a experimentar las sensaciones del momento presente.

La fuerza vital o prana, dirige el sistema nervioso autonómico, manteniendo todos los sistemas trabajando a niveles óptimos. Por lo general solo nos permitimos la presencia curativa del prana cuando dormimos, sin embargo, podemos así mismo aprender a sintonizar con el prana cuando estamos despiertos, de una forma consciente y relajada y de esta manera almacenarlo.

El movimiento puede despertar tanto el prana como la conciencia.
El movimiento a cámara lenta ralentiza tu mente.

Prestar atención a la ralentización te ayuda a ser consciente durante el día. Trata de cambiar el ritmo de vida, haz las labores cotidianas más lentamente y ya solo con eso verás cómo te tranquilizas y valoras todo desde otra perspectiva, cualquier hacer ordinario puede tornarse extraordinario y revelador solo con traer la mente al presente.

Ralentizar una postura de yoga también ayuda a atraer un flujo dinámico de sensación, respiración y conciencia. Una fascinante paradoja surge cuando te permites ser absorbido por los pequeños detalles de cualquier acción física.

Abrazar el movimiento, te lleva a la quietud, Pratyahara (una de las ramas del ashtanga yoga), la absorción de los sentidos es contactar el silencio interior, acercarse a uno mismo, y dejar en cierta forma el mundo externo en la bruma.

 

Ama tus clases de Yoga en Tenerife.